Laura era una excelente profesional del área de compras. Llevaba toda la vida entregada a su trabajo en una empresa de referencia en el mercado de los productos de impresión. De hecho, había recibido el encargo de ser la Responsable de Compras después de haber pasado por varios puestos, empezando como administrativa en la oficina. Su jefe había valorado de ella su firmeza, su capacidad por cerrar tratos con proveedores sin pestañear y su rigurosidad en los cálculos muy necesarios a la hora de ofrecer condiciones especiales a los proveedores.
Laura tenía un buen círculo de amigas próximas. Las conocía desde la universidad y estaba encantada con ellas. Pero en este entorno, no se hablaba de trabajo. Nadie contaba nada de su vida profesional, más que en líneas generales lo que hacían. Ella había contado que “llevaba el departamento de compras” y ya está.
Debido a la crisis, Laura se quedó sin trabajo. No sabía hacia dónde tirar. Estaba buscando trabajo. Sus amigas estaban al corriente.
Una de las amigas íntimas de Laura se enteró de un nuevo puesto como Responsable de Logística en Almidón, S.A., le pidieron alguna recomendación pero… ni siquiera pensó en su amiga Laura. Le dijeron que para el puesto se requería mucha experiencia en el área de logística, tratar con proveedores de distintos países, hablar inglés y francés y, sobre todo, gestionar un equipo de cinco personas. Pensó en Laura –dada su reciente situación de desempleo- pero ni siquiera se lo comentó porque:
- Asumió que Laura no sabía francés
- Laura estaba en compras, no tenía ni idea de logística
- Laura, su amiga, no llevaba equipos
- El puesto de trabajo le quedaba demasiado lejos
Y pasó esta oportunidad.
Después de algunos meses, conversando con Laura sobre su vida profesional, le contó que se había postulado para un puesto que a priori le parecía ideal (cumplía todos los requisitos) pero que… había llegado tarde.
Se trataba del puesto de Responsable de Logística para Almidón, S.A.